Si
estas humildes palabras son capaces de transmitir un pequeño soplo de aliento a
quienes crean necesitarlas, siempre desde el máximo respeto, quedaré casi más
satisfecha que esas almas de caridad que están haciendo donaciones a pequeños y
grandes niveles.
Estos
días nos confinamos en casa, y encontramos un refugio donde, si queremos,
podemos desconectar de lo que sucede fuera. Pero la realidad, dura, sigue dando golpes sin piedad, poniendo patas arriba la vida de personas y de
familias enteras.
Mientras,
muchos, gracias a Dios, nos dedicamos a inventar cómo gastar el tiempo
cocinando pastelitos que quizá luego vayan a la basura, haciendo rutinas de
deporte que no hemos seguido en la vida, leyendo libros que llevaban meses,
años, en la estantería, hay personas que, repentinamente dejan de ver, oír y
tocar a sus padres y abuelos. Este virus, tan inofensivo para algunos y tan
letal para otros, se los lleva de un plumazo, sin concederles la oportunidad de
luchar, como toda su vida lo han hecho por otras causas (por sus hijos, por sus
padres, por tener el estómago lleno en medio de la escasez, por ejemplo). Primero, un
ingreso rápido, aislamiento, confusión, desinformación. Y, en pocos días,
ADIÓS, para siempre. Un adiós comunicado por teléfono, porque no ha habido
lugar a despedidas. Ni lo habrá. Adiós a las tradiciones que, en nuestros
pueblos tanto nos honran, de tener un
día para velar, de llevar a hombros a quién no merece menos después de lo
que ha hecho por sus hijos, de dedicarle unas últimas palabras (católicas o no)
arropados por familia y amigos, de consolarse en un abrazo de hermano o
hermana. No hay tiempo, no hay opción. La despedida tiene que ser desde la
retaguardia, como si estuvieran viendo marchar a un extraño...
Intento,
seguro que sin mucho éxito, tener la empatía que puede tenerse en estos casos.
Porque para ciertas vivencias, es imposible ponerse en el lugar del otro. Y
ojalá tarde mucho en saberlo.
Pero
por lo menos, puedo expresar mis deseos, eso sí, con el corazón en la mano.
Ojalá
podáis ver “la otra parte”, esa parte menos mala que hay hasta en la más grande
de las tragedias. Ojalá sepáis valorar el esfuerzo de quienes han intentado
evitar el golpe. Ojalá podáis llevar un duelo con paz, la paz que os ha de dar
la idea de que no estaba en vuestras manos. Ojalá podáis despediros con la
mente y el corazón de quienes realmente no os separaréis nunca gracias al
recuerdo. Ojalá pronto podáis abrazar a los que quedan aquí y comparten vuestro
dolor. Ojalá ese dolor se suavice pronto, convirtiéndose en coraje y no en
rabia, en ganas de seguir; mirando al cielo cuando necesitéis fuerza, guiñando
un ojo arriba cuando algo salga bien, porque sabéis que están con vosotros.
Ojalá pronto podáis contar con las personas adecuadas (profesionales o no) que
os ayuden a seguir. Porque hay que seguir, porque aunque nunca volváis a ser
los mismos después de esta prueba, de
esto, también se sale. MUCHO ÁNIMO
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